Los vinos de Ceferino
En una de mis vidas anteriores trabajé en el mundo del vino. Fueron años de viajes, visitas a bodegas y catas por doquier. Entendí toda su liturgia y me enamoré de sus aromas, sobre todo de ese olor penetrante que te embriaga cuando entras en una sala de barricas. Maderas, humedad, levaduras, uvas fermentando… tengo siempre la sensación de estar en un templo sagrado, de estar profanando ciertos misterios o secretos muy bien guardados. Ese olor me produce una especie de placer parecido al que experimento cuando paseo cerca de un campo o terreno donde acaban de cortar la hierba o césped (no hace mucho que me contaron que ese aroma fresco tan característico es debido a un sistema de defensa que tiene la hierba. Son compuestos orgánicos que liberan enviando un mensaje de auxilio, señales químicas de que están siendo atacadas. Desde entonces me estoy planteando la conveniencia ética de este disfrute organoléptico).
El vino es cultura, el vino es historia, el vino es romanticismo. Es el proceso natural de un fruto que te permite probar y degustar ese territorio, esa tierra que le ha dado vida. Toda la terminología que usamos para describir sus características me parece pura fantasía: florales, especiados, minerales, tostados, pasificados, frutales, torrefactos, lácteos, animales… una gama de adjetivos que ayudan a darle toda la épica que merece.
Si no fuese suficiente beberte a sorbos ese terruño que ha dado vida a esas uvas, hay vinos que esconden historias de leyenda, historias inspiradoras y de superación que nos hacen soñar en que todo es posible, que si tenemos un propósito de vida determinado y perseveramos será complicado no obtener nuestras metas.
Si os digo el nombre de Ceferino Carrión seguramente no os suene de nada, pero en cambio, si os hablo de Jean Leon es probable que a más de uno le sea más familiar. La historia de este santanderino y sus ganas de comerse el mundo son la clara personificación del sueño americano.
Ceferino, después de pasar una parte de su juventud en Barcelona partió hacia Francia como paso previo para dar el gran salto al charco y plantarse en EEUU con una mano en cada bolsillo, una maleta llena de ambición y un nuevo nombre, Jean Leon.
Después de una temporada en Nueva York, donde hizo de taxista (su número de licencia era el 3055, número que dará nombre en un futuro a uno de sus vinos), marcha a Los Ángeles. Allí empezará una carrera imparable hacia el éxito. Empezó de camarero en restaurantes de moda de Hollywood, forjando una estrecha amistad con celebridades de la talla de Frank Sinatra, James Dean, Natalie Wood, Grace Kelly o Marylin Monroe. Su profesionalidad, el saber estar siempre en el momento adecuado, sus contactos y su carisma le permitieron abrir el restaurante más frecuentado de aquella época dorada en Beverly Hills, La Scala. Todos los artistas del momento llenaban cada noche su local. Su apuesta por la cocina mediterránea acompañada por una carta de vinos alucinante (con más de 25.000 botellas en su bodega) hacía las delicias de todas aquellas celebrities. Jean Leon se convirtió en el hombre de confianza, en el confidente ideal de todas estas estrellas (con alma rota más de una) de Hollywood.
Con este primer sueño cumplido, se lanza a por su segundo gran anhelo: elaborar un vino a la altura de su clientela estelar. En una de sus visitas a nuestro país, se enamora de unas tierras del Penedès donde abrirá su propia bodega que llevará su nombre, Jean Leon. El sitio ideal para elaborar unos vinos con su personalidad y carácter. Toda su vida dio la sensación de ir un paso adelante que el resto, su espíritu pionero lo trasladó a sus viñedos introduciendo por primera vez en España variedades (tan comunes en la actualidad) como el Cabernet Sauvignon, el Cabernet Franc o la Chardonnay. Su bodega, que después de su muerte pasó a ser propiedad de la familia Torres (uno de los gigantes del mundo vinícola de nuestro país), sigue conservando toda su aurea. Pequeña, acogedora, cuidada, familiar… se respira en cada rincón la esencia de ese soñador que un día decidió poner rumbo en busca de su felicidad.
Hace pocas semanas tuve la oportunidad de visitarla, fue un día sensacional en todos los sentidos. Fue complicado escoger un vino de la cata, cada uno de ellos tenía matices y virtudes que los hacía merecedores de llevarte una botella a casa. Como antes decía, soy un gran defensor del vino en su justa medida. No hay duda de que el alcohol no es nada beneficioso para la salud, pero saborear una buena copa de vino tinto puede convertirse en una de las mejores terapias. Como alguien dijo, el agua a vasos y el vino a besos.