Misofilia
Filia, del griego antiguo philos, significa amor, afición, amistad, tendencia. El sufijo –filia indica la inclinación apasionada hacia situaciones personales o realidades de nuestro entorno. En este caso, el título de este artículo no deja lugar a dudas de mi inclinación (para no llamarla adicción) a este preparado o condimento asiático que no puede faltar nunca en mi casa.
El miso es una pasta, que han dejado fermentar unos meses (puede llegar a los tres años), elaborada a partir de la soja y/o cereales, sal marina y un hongo llamado koji (si eres como yo, de la generación X, será inevitable que no te venga a la cabeza nuestro querido Mazinger Z). Como cualquier otro fermentado, el miso es un alimento probiótico, rico en estas bacterias “amigas” tan beneficiosas para nuestra microbiota. Eso sí, para que estén presentes no debe estar pasteurizado ni cocinado a altas temperaturas. De lo contrario, adiós a estas miles de bacterias.
Pero aquí no terminan sus propiedades. Es un gran antioxidante y nos alcaliniza el organismo, que buena falta nos hace (estamos muy ácidos, en todos los sentidos). Rico en hidratos de carbono y en proteínas (cuanta más soja esté presente en su elaboración, más carga proteica contiene). Tiene poder revitalizante, energético, y mejora tus digestiones gracias a sus enzimas. Si sufres hipertensión, mejor que no te “enamores” de él, es un condimento potente y salado.
Existen distintas variedades o tipos de miso. Dependiendo de su composición, o del tiempo de fermentación, recibe un nombre de pila determinado: Shiro, Genmai, Hatcho, Mugi, Kome, Aka… un catálogo, más propio del Manga o del Anime que de la alimentación, con características diversas que nos permite condimentar y finalizar muchas de nuestras recetas. El miso es un potenciador de sabor, es puro umami en vena. Como un buen vino, sus cualidades evolucionan con el tiempo. Es un alimento “vivo”.
La sopa de miso es un clásico que encontramos en todos los restaurantes japoneses. Se trata de un simple caldo de vegetales y algas al que han añadido un poquito de este miso para darle su sabor tan característico. Pero hay vida más allá de esta sopa…
Aún recuerdo mi primer approach a este condimento oscuro y espeso. Fue un amor a primera vista o, mejor dicho, “un amor a primer olfato”. Este flechazo tuvo lugar, hace bastantes años, en una clase práctica de naturopatía. Cocinábamos y degustábamos platos veganos y nos propusieron hacer preparaciones con el miso. Nuestra formadora nos dijo: “Esparcid, sobre una tostada, un poquito de esta pasta. Poca cantidad (no concepto mermelada) y añadidle un hilo de aceite de oliva extra virgen. Cerrad los ojos, oled la tostada y pensad en el jamón ibérico de bellota…”. Creo recordar que todos los allí presentes guardamos un minuto de silencio. Un minuto de reflexión, de respeto… me atrevo a decir incluso de reverencia o devoción. Cuando dimos el primer bocado ya no quedó ninguna duda. Aquella “primera vez” fue tan sorprendente que, a partir de ese día, el miso pasó a formar parte de mi vida. Cualquier excusa es buena para incorporarlo: en cremas, sopas, zumos, queso fresco, hummus, tostadas, crepes… y sobre todo en vinagretas. Si ponéis en un cuenco una cucharada generosa de miso y otra de tahini, y le añadís medio limón exprimido y un par de cucharadas de aceite de oliva extra virgen, obtendréis un elixir con el que podréis aliñar cualquier plato triste o aburrido que se os presente.
La vida está hecha de pequeños momentos, con el paso de los años me interesa mucho la búsqueda de una simplicidad que me reconforte y me regale una cierta estabilidad. Pero siempre con pasión, sin ella es imposible vivir (en mi caso). Un poco de push y de rock and roll es necesario. El miso me transmite esta sensación. Su explosión de sabor me pone las pilas, me hace vibrar. Al fin y al cabo, qué mejor terapia que llenar tu vida de filias e intentar eliminar el máximo de fobias, con moderación, pero poniendo una marcha de más que te llene de energía vital. Una energía en forma de pasta, a dos pasos, dentro de un frasco, en tu nevera de la cocina.