Sir Michael Caine
Sábado. Tres de la tarde. Digestión en curso. Uno de los momentos soñados para echar una cabezadita y recuperarme del ritmo frenético de la semana. Poquísimas cosas pueden rivalizar con un plan tan sugerente. Pocas. Pero siempre puede surgir un plan o, mejor dicho, un “deber” que me haga levantar el culo del sofá.
Hace un par de semanas llegó a mis oídos que estrenaban la última película de Michael Caine en nuestro país: La gran escapada. Último trabajo –parece que esta vez sí– de Caine en la gran pantalla. A sus noventa y un años habrá decidido que ya está bien, que es la hora de poner punto final a su exitosa carrera. Cuando leí la noticia reconozco que se me hizo un nudo en la garganta, me invadió un ataque de nostalgia y decidí rendirle un último tributo: ir al cine a ver este film y, de esta manera, darle las gracias por haberme alimentado durante tantos años con películas inolvidables. Fue un homenaje íntimo en una sala pequeña y con un público entregado –éramos tres, la pareja que tenía un par de filas más abajo gastó media caja de kleenex–. Fue una hora y media de diálogo interior, con este actor so british, en el que repasé mentalmente toda su obra y muchos de los momentos en los que vi sus películas.
A Michael Caine lo descubrí de joven, sus interpretaciones de Harry Palmer –el protagonista de las novelas de espionaje escritas por Len Deighton– me cautivaron. Un cockney londinense de casi dos metros, con gabardina y gafas de pasta. Una especie de James Bond más terrenal, con menos glamour, pero con esa elegancia magnética que te atrapa. De las cinco veces que interpretó a Palmer me quedó con Ipcress (1965), un thriller de espías que ganó el premio BAFTA del cine inglés en 1966. Otra de mis debilidades fue Asesino implacable (1971), basada en la novela de Ted Lewis y en la que dio vida a Jack Carter, un matón que venga la muerte de su hermano. Pero más allá de algunos de estos títulos del cine negro de los sesenta y setenta, siempre lo recordaremos por éxitos como: Zulu (1964), Alfie (1966), Un trabajo en Italia (1969), La Huella (1972), Educando a Rita (1983), Hannah y sus hermanas (1986), Las normas de la casa de la sidra (1999) o El caballero oscuro (2008). Películas que le permitieron ganar un par de estatuillas de los Óscar y que le han valido el respeto y admiración de los cinéfilos del mundo entero.
La gran escapada, su última película, es un film entrañable y nostálgico que narra la historia real de Bernard Jordan, un excombatiente inglés de la Segunda Guerra Mundial, que decide escaparse de una residencia de ancianos para asistir al 70 aniversario del desembarco de Normandía. Una Normandía con la que tengo una relación muy especial y sentimental: muchas de las playas que salen en esta película las he pisado y transitado a lo largo de estos últimos años. Muchos ingredientes para pasar una tarde “removida” y con las emociones a flor de piel.
Hace pocos meses terminé de leer su autobiografía: La gran vida, donde repasa todas sus películas y vivencias. Leyendo este libro te das cuenta de que su categoría como actor es proporcional a su talla como ser humano. Ha sido muy querido e íntimo amigo de estrellas como Sean Connery, Jack Nicholson, Roger Moore o Sylvester Stallone. También me ha hecho ilusión constatar que compartimos ídolo –Humphrey Bogart– y película favorita –Casablanca–. Unas referencias que le han influido a lo largo de toda su carrera.
En el año 2000 fue nombrado caballero por la Reina Isabel II, elevándolo a emblema nacional a la altura del Big Ben, las fish and chips o los eggs and bacon. Un trozo de la historia del Reino Unido y un símbolo de esa aurea cool y transgresora de la Londres de los sesenta que todos hemos amado en algún momento de nuestra vida. Hace años que está en un discreto segundo plano, pero no tengáis ninguna duda de que el día que nos deje –espero que sea lo más tarde posible– recuperaremos a su figura y le lloverán homenajes en el mundo entero.
Gloria eterna a este gran actor. God save the Queen… ¡y a Sir Michael Caine!