Las pequeñas alegrías
Las pequeñas alegrías y los libros pequeños. Cada vez soy más fan de estos formatos, de estos libritos que se leen en un par de viajes de tren. Concebidos de este modo por el autor y editorial, no estoy hablando de versiones económicas de clásicos de bolsillo, me refiero a ejemplares –normalmente ensayos– de unas cien páginas, con ediciones preciosas y muy cuidadas.
Las pequeñas alegrías es uno de ellos. Asistí, telemáticamente, a una de las presentaciones que hicieron de este libro y me picó la curiosidad. Pero quería esperarme a tenerlo cerca, tocarlo, manosearlo, oler sus páginas, sentir la conexión que uno experimenta cuando ojea y lee en diagonal algunos de sus párrafos. Hay libros con los que conectas a la primera, con otros no sucede lo mismo, la energía no fluye. Es curiosa esa especie de feeling, de intuición que vives en una librería. Escoges o descartas ciertos títulos por un tema tan solo de sensaciones, sales del local pensando: ¿por qué este y no el otro?
Esta vez salí con este librito bajo el brazo o, mejor dicho –y debido a su tamaño–, dentro del bolsillo de mi mochila. Su autor, Pau Arenós, ya suma dieciocho obras publicadas, y yo sin conocerlo. Me sorprende y me da un pelín de rabia, por partes iguales, no haberlo leído o descubierto hasta ahora. Por más que uno intente estar al día y atento a todo lo que se publica y edita en este país, sobre todo en materia gastronómica, es imposible abarcarlo todo. Si ponéis su nombre en Google, veréis que Pau es toda una referencia de la prensa del buen comer, además de haber escrito algunos libros que ya se consideran clásicos en el sector.
Su manera de narrar entretiene y divierte. Se nota que está de vuelta, que no tiene la necesidad de impresionar ni demostrar nada a nadie. Es esta clase de libros que te hacen pasar un buen rato, cuando lo terminas te dan ganas de llamarlo y compartir mesa con él. Hablar de algunas batallitas y comentar muchas de las referencias de las que comparte en su obra.
Las pequeñas alegrías no es un libro de gastronomía, que quede claro. La buena mesa está presente, pero lo que te atrapa es el recopilatorio de esas pequeñeces placenteras que el autor reúne en más de veinte artículos. Episodios cotidianos, tantas veces infravalorados, que son los que van tejiendo nuestros recuerdos. Es aconsejable tener una cierta edad para disfrutarlo, si pasas de los cuarenta o cincuenta mucho mejor. Está lleno de estas referencias con las que todos hemos crecido, la mayoría de ellas me han resonado mucho. Al finalizar cada capítulo me asaltaba la idea de haberlo vivido o pensado, ese es el gran secreto de este libro.
Sin hacer mucho spoiler, os dejo algunas de estas pequeñas alegrías que Pau nos confiesa: su primer viaje al extranjero –Andorra– con el Seat 850 de su padre, esos casetes que escuchaba a repetición –Beatles y los Abba–, los masajes craneales de su hijo, el gustazo de ir con pijama por casa, el arte de saber “perder la tarde”, su fidelidad inquebrantable a los Levi’s o las canciones del verano, su Get lucky de los Daft punk que le hace volar. Cápsulas lectoras ideales para tener en la mesilla de noche, para recuperar reflexiones en días nublados, un faro que nos recuerda lo bien que se vive si somos capaces de apreciar lo más sencillo de la vida.
Un libro de alimentación emocional por la vena, ciento veintitrés páginas de buen rollo y divertimento. Si queréis evadiros y desconectar estos días de cualquier preocupación o malestar, este es vuestro libro. No os defraudará.